Este sábado pasado volví a participar, como ya hice en 2013, en unos de los triatlones de media distancia más duros que hay en Cataluña, el Triatló Internacional de Balaguer. Y si ya de por sí este triatlón destaca por un recorrido ciclista muy exigente, las condiciones climáticas con las que nos encontramos este año no ayudaron en nada a suavizarlo, más bien todo lo contrario. Aún así, puedo decir que en líneas generales terminé muy satisfecho de cómo me fue y del resultado conseguido. Vayamos por partes.
Una de las cosas buenas que tiene este triatlón es que no hay que madrugar. Aunque yo prefiera entrenar y competir a primera hora, no deja de ser duro tener que levantarse a las cinco o las seis de la mañana. Pues bien, en Balaguer no existe este problema ya que la carrera empieza a las tres de la tarde. Así que el sábado me levanté con toda la calma que nos permitió Iker, que antes de las ocho ya estaba revoloteando, desayuné tranquilo y sobre las diez salimos de Tarragona. Llegamos a Balaguer antes de las doce y enseguida nos encontramos con Eric, que iba a participar en el “Infern” (empezaba una hora antes que el half), y con Xavi y su familia. Dejamos en la T2 en material necesario para correr y, poco después, nos fuimos al pantano de Sant Llorenç de Montgai donde estaba situada la T1. Antes de la una empecé a comer una ensalada de pasta de arroz con quinoa y un plátano. A esas horas me lo comí sin demasiada hambre, pero tampoco podía esperar mucho más. Una vez listos, nos empezamos a cambiar y dejamos las bicicletas en su sitio. Cuando creíamos que ya lo teníamos todo hecho a falta de algo más de una hora para empezar, Xavi tuvo que volver a Balaguer a por el chip, ya que en la entrega de dorsales no se lo dieron. Un pequeño contratiempo que, por suerte, se solucionó sin problemas. En ese rato conocí a Carles (que iba a hacer el half también) y a su mujer Francesca, ambos entrenados por Òscar, igual que Xavi y yo. Una lástima no habernos podido hacer una foto los tres juntos… Poco después dio comienzo el Triatló “Infern”. A esas horas el calor ya estaba haciendo de las suyas y los termómetros alcanzaban los 35ºC, lo que nos dejaba claro que no iba a ser una carrera fácil. Por una vez y sin que sirva de precedente, habría que disfrutar del baño en el pantano y aprovecharlo al máximo para refrescarse.
Un cuarto de hora antes del comienzo, empezamos a ponernos los neoprenos y bajamos al agua. La salida era desde dentro del pantano y desde una zona donde hacíamos pie, así que perfecto. No sé si acertadamente o no, Xavi y yo nos colocamos delante de todo aunque un poco escorados a la izquierda. El grueso de triatletas quedaron a nuestra derecha. A las tres de la tarde, puntualmente, sonó la bocina y empezamos a nadar. Xavi me había comentado antes de empezar que intentaría seguir mis pies, algo que fue imposible cuando empezamos a nadar rodeados de tanta gente. Pues eso, que en pocos segundos perdimos referencias y empecé a nadar solo lo mejor que pude. Al principio, como casi siempre y más aún por haber empezado tan adelantados, me pasaron algunos triatletas y recibí varios golpes, pero en general no fue grave. El circuito era bien sencillo, dos vueltas a un rectángulo muy bien señalizado con boyas y globos bien visibles desde lejos. Nadé lo más relajado posible, centrándome en alargar al máximo las brazadas y en respirar bien y poco más. Y la verdad es que no me fue mal. Esta temporada parece que en el agua he dado un pequeño paso adelante, aunque, entre muchas otras cosas, en competición quizás me falte algo de, no sé como llamarlo, “nervio” o “tensión” que pongo a ratos en la piscina. Por respeto, salgo siempre demasiado conservador y noto que podría poner algo más de fuerza y de cadencia en mis brazadas. Pero a lo que vamos, al final de la primera vuelta me dio por mirar el reloj y este marcaba 1.000 metros justos y un tiempo de 17’32”. Iba más o menos según lo previsto aunque todo hacía indicar que probablemente saldrían más metros de la cuenta. La segunda vuelta me pasó algo más rápido que la primera, y eso que estaba deseando terminar (no sabía lo que me esperaba al salir…). Creo que en este primer sector hubo poco más que destacar. Al final, según mi Garmin, algo más de 2.000 metros nadados en un tiempo de 35’25”, haciendo el parcial 65º.
Empezaba lo bueno. Transición de algo menos de cuatro minutos y a pedalear. Sabía que iba a ser duro pero no pensaba (ni recordaba) que tanto. El calor estaba apretando muchísimo y, para mayor incomodidad, soplaba un viento seco y caliente bastante desagradable. Desde el primer momento sobre la bici tuve una sensación de sed muy grande, algo que no recuerdo que me hubiera pasado nunca. Sólo me había puesto un bidón con bebida y a esas alturas ya estaba más que caliente. Mal asunto. Los primeros cinco kilómetros fueron los únicos llanos. Llegados a Gerb empezaba el primer ascenso hasta Vilanova de la Sal. Subida dura y lenta en la que costaba sumar kilómetros. Fue uno de los tramos más lentos de todo el recorrido, y aún faltaba muchísimo. Parecía que llevaba siglos subiendo cuando miré el reloj por primera vez y vi ¡¡¡qué sólo llevaba nueve kilómetros!!! Iba a hacer falta mucha paciencia para afrontar este tramo. Lo más positivo de todo es que, a pesar de sentirme sediento, acalorado y sin fuerzas en la subida, fui ganando posiciones y sólo me adelantaron un par de ciclistas, lo que me dejaba claro que los demás participantes tampoco lo estaban pasando demasiado bien. Tras coronar el primer puerto y hasta el inicio de la subida hacia el Coll d’Àger, tuvimos varios kilómetros de toboganes que agradecí. Pero la alegría duró poco ya que enseguida me planté en el comienzo de la lenta y dura subida a Àger. Me lo tomé con calma, pedaleando a ratos de pie y a ratos sentado y notando que las piernas funcionaban algo mejor que al principio. Menos mal. A esas alturas ya iba sin nada de bebida así que cuando llegué arriba y vi el primer avituallamiento por poco se me saltan las lágrimas. Sólo cogí agua fría pero me supo a gloria. Además, aproveché para tomarme el primer gel. Y como todo lo que sube, baja, llegó el momento de disfrutar de una bajada acoplado en la que me atreví a pedalear con fuerza y llegar a una velocidad máxima de 72,9 km/h. Fue divertido pero más corta de lo deseado. Enseguida tocó dejar de bajar para hacer una especie de giro hasta Agulló y volver a encarar la subida al Coll d’Àger, esta vez por la otra cara. Pero antes de eso, dos cosas. La primera, es que viendo que mi sensación de sed no desaparecía de ninguna manera y que todavía quedaba mucho para terminar, en el segundo avituallamiento paré y pedí que me llenaran de agua el bidón. Era lo más inteligente y valía la pena perder algo de tiempo ya que ir sin absolutamente ni una gota de líquido era temerario. En este sentido, los voluntarios de los avituallamientos, un 10. En ningún momento me pusieron ninguna pega en rellenarme el bidón y hasta lo hicieron lo más rápido posible. Muchísimas gracias a todos! Y la segunda cosa a destacar antes de empezar el segundo ascenso al Coll d’Àger es que, pasado Agulló, me encontré a un participante en la cuneta con cierta cara de desesperación. Se me ocurrió preguntar si necesitaba algo y me respondió que una cámara. Yo llevaba un recambio y para ser sincero con vosotros y conmigo mismo dudé en prestársela. Si se la dejaba y luego me pasaba algo a mí sería yo el que me quedaría en esa situación y tendría que esperar a que algún “buen samaritano” me dejase una. Al final, paré, abrí el bolsillo de la bici y le di mi cámara y las herramientas. No lo hice muy convencido por miedo a pagarlo yo luego, pero la verdad es que estando yo en su misma situación me hubiera gustado que alguien hiciera eso por mí. Fui irresponsable pero confié en mi suerte y me fui con la conciencia tranquila por haber ayudado a un compañero.
La segunda subida al Coll d’Àger fue igual de dura que la primera, aunque como mal menor tuvimos algún rato de sombra. A media subida me crucé con Eric, que aún bajaba. Me extrañó verle tan atrás y me imaginé que algo no le iría bien. Al coronar este puerto por segunda vez, allá por el kilómetro 45, cogí el bidón de isotónico de la organización. En aquellos momentos ya llevaba algo de agua y isotónico, así que en ese sentido me tranquilicé un poco y aproveché para tomarme una pastilla de sales. Ya faltaba menos. Lo siguiente era bajar en dirección Les Avellanes, con varios toboganes pero casi todo de bajada, y posteriormente girar a la derecha en dirección a Os de Balaguer y Tartareu. Este tramo lo hice en la más absoluta soledad. Tanta que por momentos dudé de si iba en la dirección correcta. En este tramo me encontré fuerte y hasta encaré alguna que otra subida con una pendiente del 13% con una sonrisa. Tras esa pequeña vuelta de unos quince kilómetros con final en Vilamajor, volví a girar a la derecha para salir a la carretera por la que antes ya había bajado en dirección a Les Avellanes. Llevaba más de setenta kilómetros pero me sentía bien. Lo peor ya había pasado y sólo faltaban los últimos veinte en dirección a Balaguer donde intenté ir acoplado y sacar algo de partido a la bici de triatlón. En este tramo me encontré con Xavi. Iba a su ritmo pero sin agobios. En un primer momento se sorprendió al verme pensando que me habría pasado algo para estar tan atrás, pero no contaba que a él aún le quedaba por dar toda esa especie de vuelta. Intercambiamos unas palabras, me dijo que iba según lo previsto y después de darnos ánimos, seguí adelante.
Los últimos kilómetros hasta Balaguer fueron bastante cómodos y aproveché para tomarme otro gel. Se acercaba el momento de calzarse las zapatillas y correr, pero antes aún me esperaba la última gran subida en bici, el Mur de la Creu, ya dentro de Balaguer. Lo recordaba de hace dos años. Recordaba esa curva cerrada a la derecha y todo ese público y voluntarios animando y aconsejándote que cambiaras rápidamente el desarrollo de la bici si querías subir. Este año la escena se repitió, aunque durante la bajada ya había puesto el plato pequeño y el piñón grande, para ir adelantando faena. La subida, espectacular, tanto por la dureza de esos metros al 14-16% de desnivel como por el ambiente que había. Una vez superado este último muro, ya tocaba recorrer los últimos metros, entrar en la T2 (donde los voluntarios se hacían cargo de la bici) y prepararse para correr. Al final, terminé el tramo de bici en 3h26’44” (contando las dos transiciones) marcando el parcial 58º. Físicamente terminé bastante entero la bici, aunque con algo de dolor en la planta del pie izquierdo. Últimamente me pasa bastante, sobre todo cuando hago desnivel. No sé si son las zapatillas o si apoyo mal el pie al pedalear, pero es una cosa que deberé corregir en el futuro para que no vaya a más.
Pues ahora sí, empezaba lo que se me da mejor, correr. Como decía, empecé más cansado de lo habitual en un half pero muy entero, así que esperaba hacerlo bien. Lo que tuve claro desde el primer momento, ya incluso desde la bici (donde estuve negociando conmigo mismo como enfocaría la carrera a pie) es que no saldría a jugármela. No tenía ganas de apretar más de la cuenta y salir a un ritmo entre 4-4’15”/km era demasiado arriesgado. Sabía que en esta carrera no lo podría mantener, así que fui prudente y enfoqué este último tramo con calma. Y creo que hice bien porque pocas veces había disfrutado tanto de estos últimos 21 km. Corrí cómodo, disfrutando del ambiente aunque con esa ligera molestia en el pie. El recorrido se me hizo ameno combinando tramos urbanos de asfalto con otros de césped y tierra al lado del río Segre. Durante la carrera a pie tomé dos geles más, uno en el kilómetro siete y otro en el catorce, y paraba unos segundos en los avituallamientos para beber bien. Los voluntarios de los avituallamientos, igual que en la bici, muy bien. Me hicieron especial gracia los niños del primer avituallamiento que tiraban agua a los corredores en vasos ¡Cómo disfrutaban mojándonos! Cuando me quise dar cuenta, había terminado la tercera vuelta y sólo me faltaba el último kilómetro y medio de enlace para llegar a meta, donde me crucé con Carles (todavía le quedaba otra vuelta más) y chocamos las manos. No tenía ni idea del tiempo total que llevaba porque en ningún momento estuve pendiente de eso (creo que pocas veces me ha pasado esto) pero me sentía satisfecho. En los últimos metros, ya por el pasillo de entrada a meta, Arancha me dio a Iker y lo cogí en brazos para entrar con él. No le vi la cara porque lo cogí de manera que él también mirara hacia delante, pero escuché del público “¡mira como se ríe, qué simpático!”. Entramos en meta juntos con un tiempo final de 5h38’57” (los 21 km me salieron en 1h36’48”, parcial 23º), terminando en la posición 35 de la general y 9º de mi grupo de edad (resultados).
En general, siguiendo la tónica de esta temporada, terminé muy contento. Fue una prueba durísima, con 43 abandonos en el half y 13 en el “infern”. Me pareció leer que un 19% de los triatletas que empezaron no terminaron y que el primer clasificado (hizo 4h57’) este año tardó una media hora más de lo que se tardó en ediciones anteriores. Desde luego, son datos que hablan por sí solos de la dureza casi extrema de esta edición por culpa del calor.
En cuanto a mis amiguetes, Eric no pudo terminar la prueba (llegó tocado a la carrera a pie y prefirió no seguir), Carles paró el crono en 6h20’ y Xavi en 7h42’, demostrando que a pesar de su juventud tiene el carácter suficiente para afrontar pruebas así. Enhorabuena!
Para terminar, me gustaría agradecer a la familia de Xavi (padres y hermana), a la de Carles (mujer e hija) y, por supuesto, a Arancha y al peque (que con sólo nueve meses no sólo aguantó casi hasta el final, sino que además se le vio disfrutar), la paciencia que demuestran acompañándonos a cosas así. Fue un día largo y la espera no fue fácil, pero al final todo terminó bien y seguro que al final para todos nosotros será bonito de recordar.
Nada más, ahora ya sí que os dejo con los detalles de la carrera del Garmin. Sobre las fotos, estoy a la espera que la organización las cuelgue y pueda poner alguna más aparte de las que hizo Arancha.
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